EL SUEÑO DE SER REINA
CUENTO
Soraya era una bella princesa que vivía en un reino donde todo era alegría y era famoso por sus flores. Soñaba con reinar algún día, pero sabía que lo haría su hermano, lo cual le ponía muy triste.
La muchacha tenía dos pretendientes, Gustavo, un apuesto joven que vivía en una gran villa llena de lujos; y, Pablo, que, aunque, no era tan guapo y vivía en una humilde villa, era generoso y tenía un gran corazón.
El día de su cumpleaños Soraya pidió a su padre que la dejara reinar, pues pensaba que estaba preparada y lo haría mejor que su hermano.
—Hija, para eso debo cambiar la ley, pero si encuentras un buen marido, lo haré—respondió el rey.
—No es justo, no necesito ningún hombre para reinar, pero si son tus condiciones, las acepto—comentó en tono de desagrado la muchacha.
Cuando salió del castillo le estaban esperando los dos chicos.
Gustavo le obsequió con un flamante descapotable blanco y brillaba como el sol. La muchacha se lo agradeció enormemente, quedando prendada de aquel regalo.
Pablo, que era más práctico, le regaló un gallo de brillante plumaje. Al verlo, el otro chico se partió de risa y Soraya le regañó. Gustavo, enfadado, se marchó.
—¿Por qué me regalas ese animal?—preguntó la muchacha.
—Porque siempre te va a despertar—contestó el muchacho.
—No me hace falta, tengo despertador y teléfono, pero gracias.
Pablo dio un abrazo a Soraya y partió hacia su aldea.
Encargó a las tejedoras del lugar una funda para proteger el coche de la chica, con su nombre bordado.
A los dos días ya estaba terminado y se lo llevó a la muchacha, que sorprendida por el detalle se alegró muchísimo y con ayuda de Pablo lo colocó en el vehículo y estuvieron un gran rato hablando.
Un noche hubo una gran tormenta que hizo que se fuera la luz, pero, al amanecer, el gallo cantó despertando a la princesa. Al ver que el reloj no estaba en hora y que se le había acabado la batería del móvil, se acordó de las palabras del chico.
El tiempo pasaba y Soraya sentía más afinidad por Pablo, pero Gustavo, la agasajaba con regalos caros, lo que hacía que se sintiera halagada y no se decidiera por el muchacho que en verdad la amaba.
Llegaron los primeros fríos y Gustavo regaló a Soraya un cálido abrigo de pieles, algo que la protegería del frío, pero Pablo le obsequió con una vaca y tres gallinas, diciendo que así nunca le faltaría comida. La muchacha sonrió al chico y se fue.
Al día siguiente el muchacho volvió a ver a la princesa para enseñarle a ordeñar al animal. Al principio le costó un poco y la vaca tiró un par de veces el cubo, pero al final le cogió el tranquillo.
Pasaron un rato muy agradable y Soraya dio un tierno beso a Pablo. Parecía que había encontrado al marido ideal, pero necesitaba la aprobación de su padre.
—Papi, ya he encontrado un buen hombre, me ama y se preocupa realmente por mí, pero no puedo consentir que renuncie a su aldea por estar conmigo, no es justo.
—Hija mía, así es la ley, si quieres ser reina, tu esposo debe dedicarse completamente a este reino, por lo que debe renunciar a todo.
—Entonces que reine mi hermano. Quiero a Pablo y no voy a permitir que renuncie a algo que le gusta. Él renunciaría a ello por mí, estoy convencida, por lo que para estar a su lado, prefiero ser gobernadora de una aldea que reinar en este reino.—La chica salió enfadada del castillo, cogió el descapotable y se fue a casa de Pablo para comunicarle su decisión.
El muchacho, la invitó a pasar y tras darle un beso y un abrazo, la invitó a que tomara un café con un trozo de bizcocho casero que había hecho él.
Tras una larga conversación, el chico empezó a hacer cosquillas a Soraya hasta que se revolcó de la risa por los suelos, quería que aliviara toda su tensión. Después le dijo que se diera un baño mientras preparaba la cena.
—Cariño, ahora vuelve a tu casa y mañana por la mañana voy y hablo con tu padre—dijo Pablo dándole una caricia tierna caricia de apoyo en la espalda a la muchacha.
—Si no acepta, ¿qué vamos a hacer, amor?
—Vas a ser reina, es tu sueño y lo vas a cumplir, mi princesa—comentó el chico dándola un pequeño toque en la nariz.
Soraya respondió dándole con un cojín, Pablo le respondió y empezaron una guerra de cojones, donde ambos acabaron por los suelos.
La chica se fue a su casa. Apenas pudo dormir, pues no sabía si su papá aceptaría la propuesta de su novio.
Justo después del desayuno, a la hora acordada, llegó Pablo a casa de Soraya, dispuesto a hablar con su futuro suegro.
—Muchacho, eres el elegido de mi hija y confío que seas un buen marido para ella, pero, ¿estás dispuesto a renunciar a todo?—interrogó el rey.
—Bueno, estaría dispuesto a hacerlo, pero quiero proponerle un trato.—El muchacho hizo una pausa para tragar saliva.—Quiero anexar mi aldea a su reino. Nosotros nos ocuparemos de ella y luego cuando seamos reyes, se ocuparán nuestros hijos.
—Di que si, papi, ¡por favor, por favor, por favor!—dijo Soraya con tono infantil.
—Bueno, acepto, pues quieres a mi hija y no puedo negar nada a mi princesa, en un mes estará todo listo y en el cumpleaños de mi hija, será vuestra boda.
La muchacha se tiró al cuello de su padre y no dejaba de decirle: "¡gracias, papi!"
La pareja dedicaba el tiempo libre a preparar la boda y aprender a ser unos buenos reyes.
Tras el romántico enlace y cuando volvieron de su luna de miel, llegaron unas fuertes nieves que cubrieron todo de blanco y apenas se podía salir de casa, pero a la pareja no le importó porque con su amor se daban calor y con la vaca y las gallinas que, en su día, Pablo regaló a su mujer, no les faltó comida.
Cuando Soraya tuvo su primer hijo, su padre la cedió el trono, pudiendo cumplir su sueño de ser reina.
Cuando fueron coronados reyes, Pablo y su mujer, recorrieron todo el reino en coche de caballos, siendo aclamados por todo el mundo, hasta llegar a la aldea del hombre, donde bautizaron a su hijo y le llamaron Carlos. Tras la ceremonia, hubo un gran banquete en su honor, donde no faltó de nada. En ese momento, Soraya, se sentía la más afortunada del mundo, pues había cumplido su deseo, tenía un hijo precioso y un gran y un buen marido.
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