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Lucia algún día serás mía - leyenda

LUCIA ALGUN DIA SERAS MIA

LEYENDA

Historia olvidada de un pueblecito galego. 

Esta sorprendente e increíble historia que os voy a contar, me la contó un cierto día mi abuelo, cuando yo tenía diez años y empezaba a interesarme por los relatos fantásticos que me eran transmitidos como testimonio de una enseñanza popular y familiar que va de generación en generación, abriendo la ventana de la enseñanza y de la imaginación. Esos cuentos que probablemente fueron reales en su día, consiguieron despertar en mí al autor o poeta que todos llevamos escondido dentro de nosotros esperando la oportunidad de manifestarse para dejar huella de su paso por este mundo , tan lleno de relatos que poseen desde la primera palabra del mismo, la fuerza arrolladora de la seducción y del mayor de los espectáculos.
Como poeta, lo voy a plasmar como poesía, porque poesía eres tú y todo lo que nos rodea, como diría Gustavo Adolfo Bècquer, el gran poeta del romanticismo español.

Estamos en un pueblecito gallego, en un tiempo que ya se ha ido y  ha sido borrado por el devenir de los fuertes aguaceros,
Puede que esta historia
Sea
De 1834, debido
A su carga explosiva 
De romanticismo,
Donde la época se vestía elegantemente
De sombreros, de duelos,
De amores imposibles
Y de camposantos. 
Creo no equivocarme, viendo las calles
Llenarse de época,
De una época  apasionada e impulsiva,
Donde el deseo y la pasión
Podían más que la razón.
Como si hubiera cogida la máquina del tiempo,
En una esquina veo a nuestro
Personaje masculino, en plena adoración 
De la belleza más delicada y exuberante
De aquellos tiempos.
Nuestro personaje era pequeño, jorobado
A más no poder y mal formado,
Se mirase como se mirase y con todos
Los ángulos y todas las perspectivas 
Habidas y por haber,
Siendo la plena confirmación
De nuestro origen
Pareciendo que acababa de bajarse de un Arbol,
Para empezar  el camino de lo bípedo.
Tenía andares de mono y ojos de pobre diablo
Maltratado por la naturaleza,
Para que todas las mujeres habidas y por haber,
Salieran huyendo de tanta monstruosidad andante
Porque una imagen
Vale más que mil palabras.
Nuestra protagonista, en cambio
Era
Un encanto de mujer.
Todo lo que le faltaba al jorobado,
Le sobraba a ella.
Las pinceladas majestuosas de lo natural,
Habían recogido en su presencia , el agua más luminosa
Y atractiva del realce de la belleza,donde su cuerpo presentaba
Las líneas y las curvas de la plenitud, en unos ojos hechos 
Exclusivamente para fascinar a todos aquellos que se fijen en ellos,
Quedando en un cautiverio
Donde todas las libertades se encadenan para Sentir la sensación
De lo  más libre y deseado 
Siendo el deseo cumplido, la cúspide de los Sentimientos
Y la plena confirmación del gozo que siempre Desea
Sentir el alma. 
Si bien recuerdo, la joven hija del médico, de Aquel pueblo
Escondido y olvidado , por el paso inexorable Del tiempo, tenía un nombre 
Muy seductor y llamativo , que recuerda a la verde Galicia, siendo sus prados y montañas, refugio de unas historias que con el tiempo lluvioso hay que contar. .Lucía era un primor de mujer, no pasaba de los diecisiete, yo diria , viéndola caminar,
Vestida elegantemente ,que no pasaba de las quince primaveras, viendo un rostro
Soñoliento de niña ,en un hermosisimo cuerpo de mujer.

Vi cómo el jorobado no se despegaba
De la esquina
Que guardaba
Celosamente 
Como un monumento.
En otra dimensión del tiempo,
Me puse al lado de él , para ser partícipe 
De futuros acontecimientos.
Desde la esquina, de aquel viejo muro de piedra y barro,
El jorobado contemplaba a Lucía venir. 
Lleno de emoción
Y gozo
Como el más apasionado
De los amantes de la época .
Cuando la joven pasó a su lado,
El enamorado empezó a cantar con una voz Sepulcral
De ultratumba:
Lucia, algún día SERAS MIA y aquello me gustó y pareció
El estribillo que cantan los grillos en una calurosa noche de verano,
Escondidos entre los matorrales.
La joven asustada, en cuanto vio al monstruo salió corriendo
Asustada, y me pareció ver las perlas
De sus lágrimas
Llenando de estrellas luminosas el seco y olvidado
Polvo del camino.
Nuestro protagonista gritaba lleno de éxtasis una y otra vez;
Lucía, algún día serás mía ,no correas lucía, que era mía,
Y el asustado y confuso nombre de la joven, en el silencio de los días
Y en las sombras inquietas de las noches, se helaba tembloroso entre
La escarcha y el rocío penetrante y helado de los muertos ,
Que solía caer por aquellos lugares ,para pena y escalofríos de sus
Moradores 

Papá, papa, tengo mucho miedo y el alma en pena y me da miedo
Salir a la calle, el enterrador, el que sólo 
 Trata con los muertos,
Convive con los difuntos,
Y nos entierra a todos los vivos,
Mentando mi nombre una y otra vez ,me grita con plena
Seguridad del más allá , que algún día seré suya.
El médico , abrazándola, como abrazan los pétalos al capullo
De la flor , le daba seguridad a tan tierna y delicada florecilla:
No le hagas caso, no sabe lo que dice,
La soledad vuelve loco al sueños de los hombres solitarios,
Que conviven como tú bien dices, con la muerte que los lleva a la locura.
Lucía se tranquilizaba, pero en el fondo de su pecho, como si el corazón
Pudiera oír más que los mismos oídos, escuchaba como una profunda y molesta  letanía la pesadilla que le envolvía como una ola terrorífica
Todo el ser.
Lucía , algún día serás mías, y por las noches de invierno el viento se llenaba 
De fantasmas que proclamaban
Una y otra vez: lucía, algún día serás mía.

Pasaron tres años, el pueblo sufrió una fuerte epidemia de una enfermedad 
Desconocida, mil veces peor que la gripe española 
Y la peste alemana.
El pueblo era aproximadamente de unos cinco mil habitantes,
Importante para aquella época , donde la población mundial
No alcanzaba los ochocientos millones.
Estuve varios días en el cementerio, viendo como
Nuestro protagonista era el mejor de los enterradores,
Enterrando a medio pueblo como si nada,
Como si de una fiesta se tratase.
En los entierros, la gente gritaba , chillaba ,se desmayaba y él curado 
De espanto, muy por encima del sueño terrenal de los demás, solamente se le ocurriría
Decir como el más clarividente de los sabios: polvo eres y polvo serás, no hay que llorar, está escrito, todo lo que se escribe se cumple.
Cierto día, de una larga noche de invierno,
Nuestra joven y encantadora protagonista se murió en los brazos de su padre,
Como había muerto, hacia siete años su joven madre.
El médico no pudo hacer nada,
Todos sus conocimientos eran pocos,
Para salvar a la niña de sus ojos, llorando desconsoladamente abrazado a la
Muerte creyendo que escondía misteriosamente 
El tesoro de la vida.
Los criados, profundamente consternados e impresionados por tanto amor
Demostrado que no parecía de este mundo,
Se la tuvieron que quitar
Para poder e enterrarla.

El jorobado aquella misma noche se enteró de tan triste acontecimiento
Llenándose de alegría
Y como un poeta tétrico del romanticismo español, exclamó con la silenciosa y 
Escalofriante
Voz
De todos los muertos:
¡Has visto Lucía, la muerte ha hecho que seas mía, el mejor regalo que me 
Han podido hacer las tumbas,
Eres tú.
Aquella noche no durmió, se puso el mejor de sus trajes y se perfumó con 
La penetrante y angustiosa descomposición
De los muertos.
A las diez de la mañana asistió a misa y le dio el pésame al desconsolado
Padre, que por el cruel golpe de la vida,
Parecía haber envejecido más de veinte años.
Todo el pueblo asistió al entierro porque todo el pueblo
Estaba de luto enterrando
A sus seres queridos.
Metieron el ataúd en el nicho, empezaron los llantos y los desmayos, mientras
El jorobado con un poco de yeso tapaba la entrada del
Nicho para
Que la muerte
No se pudiera escapar del cautiverio
Eterno.
Ese día
Nuestro protagonista
Trabajó más que un negro
Durante toda su esclavitud,
Pero no estaba cansado sino plenamente orgulloso
De que la muerte existiera como 
La más hermosa de las bendiciones.
A las doce de la noche, a la hora de los fantasmas, salió de la vivienda que había en una esquina del cementerio,
Como residencia del enterrador.
Enfrente de aquel lúgubre y desconcertante lugar, los verdes cipreses,
Mostraban
Sus erguidas y esbeltas ramas,
De vez en cuando , una multitud de alas de pájaros, frotaban la espesura de los tallos,
Como si un ir y venir de espíritus se tratara.
El jorobado no se estremecía por aquel aleteo continuó, estando 
Acostumbrado a la soledad y a la muerte, las dos plagas más destructivas que tiene 
Siempre la vida encima.
Una vez delante del nicho de la joven, con una piqueta arrancó el poco yeso que
Cubría los cuatro ladrillos que arrancó de la entrada
Del nicho como
Un relámpago destapa la tumba de los cielos.
Con una fuerza sobrenatural para su corta estatura, bajo el féretro como la hoja
Caída de un árbol,
Y sin descansar , como diría un buen legionario,
Se convirtió en
El novio de la muerte.
Una vez en su habitación, desnudó a la joven, notando que no estaba todavía poseída
Totalmente por la muerte,
Guardando aún su cuerpo
Un poco de calor.
Era sumamente extraño que no estuviera lo suficientemente fría.
El amante de la muerte se desnudó con las pasiones
De la vida
Y con todo el romanticismo español, hizo suyos los sepulcros, y todos los 
Sentimientos enloquecidos 
De este mundo.
No sabemos cuantas veces lo hizo porque se convirtió 
En una auténtica fiera, en el más fuerte y poderosos
De los leones.
¡Lucia, ya eres mía, Lucía, ya eres mía! Y aquella tan repetida letanía, se convirtió
En un canto de salvación.
Lucía estaba en coma y el movimiento de la constante marea del amor, impulsó milagrosamente
Su pulso cardíaco,
Haciendo que resucitará paulatinamente
Sacándola de los
 Umbrales de la muerte.
Lucía abriendo los ojos tuvo su primer orgasmo,
La locura amorosa del jorobado la había salvado, ya no corría,
Ya no lloraba,
Comiéndose al enterrador a besos,
Ya no estaba jorobado, ni era tan feo porque era su salvador.

Lo que pasó después, tendré que ir a Santiago de Compostela y preguntárselo a mí abuelo, porque el billete imaginativo de la máquina
Del tiempo se me ha terminado y he entrado
De nuevo en la dimensión de lo que creemos
Que es presente.
La curiosidad de lo que sucedió después , me roe la imaginación.

Contada por: Juan Martínez Asensio

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